jueves, 27 de octubre de 2011

"Recuerdos de Mara" (Un relato de Javier Cobo)



Estimados visitantes de mi blog:

Una de mis aficciones, como tantas otras generalmente desatendida por falta de tiempo, es la literatura en sus dos vertientes: disfrutar la de los demás y atreverme a crear la propia. Hace algunos años comencé un guión con la intención de hacer un corto de suspense que, por falta, nuevamente de tiempo y, en esta ocasión, también de recursos, no llegué a realizar (esa es una de mis tareas pendiente en el campo de la realización de video). Viendo que la historia estaba condenada a pasar al olvido sin ser llevada a la pantalla (idea a la que aún no he renunciado), decidí hacer un relato con ella. Se necesita menos tiempo y ningún recurso. Así podré al menos compartirla con todo aquel (o aquella) que quiera dedicar un ratito a la lectura.

 He dividido la historia en 12 capítulos. No porque sea extensa, que no lo es, sino por facilitar que puedas interrumpirla y proseguirla por diferentes partes. Al final de cada capítulo presento un enlace que te manda directamente al siguiente, por lo que solo tienes que pulsar donde dice "capítulo X" para continuar tu lectura.

Si no te aburres antes y la terminas, por favor, mándame tu comentario. Dime si te ha gustado o no, el motivo, tu crítica... Solo escuchar las críticas nos permite mejorar. Si te aburres (confío en que no sea el caso), igualmente te invito a que me lo hagas saber.

Si deseas estar al corriente de próximas publicaciones en este blog, por favor, suscríbete.

Gracias por tu tiempo y que disfrutes.
          Javier Cobo Cosculluela

Ahora pincha en:



"Recuerdos de Mara", capítulo 12 (Relato)

RECUERDOS DE MARA
Capítulo 12




Un cielo gris amenazaba lluvia. Todos allí tenían ganas de que aquello acabara pronto. Lo contrario suponía el riesgo de mojarse innecesariamente y nadie quería estropear un buen traje o vestido con un chubasco inoportuno. Los operarios iban soltando cuerda mientras el ataúd descendía poco a poco hacia el fondo de la sepultura. Iba un poco desnivelado. La parte de la cabeza amenazaba con llegar abajo bastante antes que el resto. Además, se estaba empezando a ladear. Por suerte, un cruce de miradas y un sutil gesto bastaron para que la coordinación volviera a surgir y la caja terminara de recorrer sus últimos centímetros nivelada. Allí estaban los compañeros de trabajo de Carlos, Miguel, el del bar, un par de amigos de la infancia que hacía años que no tenían relación con él pero que se enteraron de la noticia y se animaron a ir, algún familiar lejano… y Paquita. No se lo iba a perder. Además, el hecho de asistir a su entierro le daba cierta cercanía con el caso, algo muy oportuno a la hora de relatar el chisme. Y más ahora, que la autopsia había revelado que la muerte se produjo por un infarto, fruto de una ingesta masiva de alcohol (autopsia cuyo resultado, como todo lo que no debe trascender, trascendió). Eso daba al asunto más morbo aún, si cabe. De hecho, incapaz de contenerse, se hizo acompañar al sepelio por Maruja, una de sus amigas, que ni siquiera conocía a Carlos, pero que era amante incondicional de este tipo de eventos.
Las cuerdas se deslizaron bajo el féretro y fueron recogidas por los empleados del cementerio. Paquita observó como se iba formando un corrillo de personas en un lugar concreto.
- Vamos, Maruja, vamos a dar el pésame.
- ¿Donde está?
- ¡Ay, hija, no te enteras! Pues allí, donde va todo el mundo.
- Si, vamos, vamos.
Y se dirigieron al tumulto con la excitación de quien se dirige a la colapsada entrada de un cine. Tuvieron que esperar su turno pero, como todo en esta vida, llegó. Paquita ofreció su consuelo abriendo los brazos como un sacerdote durante la consagración mientras, como si alguien hubiera pulsado en ella el botón adecuado, rompía a llorar desconsoladamente.
- ¡Ay, hija mía! ¡Cuánto lo siento! ¡Ahora tienes que ser fuerte! ¡Ahora más que nunca!
- Gracias, Paquita, gracias. – le contestó Mara mientras la abrazaba educadamente.

- FIN -



Si has llegado hasta aquí, te doy mi más sincero y profundo agradecimiento pues, con ello, se evidencia que te ha gustado o que, en el peor de los casos, no te has aburrido y he logrado intrigarte hasta acabar.
No te quedes aquí., Invita a todos tus amigos a leerla. Participa con tus comentarios, sean críticas o alabanzas. Los comentarios que reciba y el tráfico de visitas me animarán a seguir escribiendo y colgando historias.

"Recuerdos de Mara", capítulo 11 (Relato)

RECUERDOS DE MARA
capítulo 11

Paquita jamás había visto tanto ajetreo en su entreplanta. No dejaba de lloriquear y pasarse el pañuelo por los ojos de rimel corrido. Pero tampoco perdía detalle de lo que sucedía. Policías y miembros del juzgado entraban y salían del domicilio de Carlos, ora con un maletín plateado, ora con una carpeta. Algo así no sucedía todos los días, y eso daba material para ser el centro de atención de sus amigas durante una buena temporada.
- ¿Y dice usted que habló con él el martes pasado? – le preguntó Mateos, el oficial de policía que se encargaba del suceso.
- No, el martes pasado no. Fue el martes de la semana pasada – puntualizó ella -. Me extrañó no verlo salir ni entrar, y ese olor tan desagradable que sale del piso… por eso les llamé. ¿es el cadáver lo que huele así de mal?
- No, señora. Son alimentos en descomposición en la cocina. ¿Y dice usted que su mujer lleva fuera todo este tiempo?
- Bueno, es que se tuvo que ir con su madre, que está muy mal de salud. Pobre, le había dado una trombosis según me dijo él y necesitaba a su hija para que la cuidara. ¿Aún no la han avisado?
- Tendremos que localizarla. Usted no tendrá un teléfono, una dirección, o algo así, ¿no?
- Ay, no. Hijo, cuanto lo siento. Solo se que era del norte, pero no recuerdo de donde. Y de que dice usted que ha muerto?
- Pues aún no lo sabemos con seguridad hasta que le hagan la autopsia, pero parece una caída en el baño. Aunque también podría ser un infarto. En fin, gracias por su ayuda, señora…
- Paquita. Yo soy Paquita. ¡Ay! ¡pobre! ¡era tan joven…! – y volvió a restregar su rimel por la mejilla.
El agente se giró mientras tomaba una última nota.
- Pero… A lo mejor se quien puede tener su teléfono. –escuchó a sus espaldas.
- ¿Cómo?
- Si… bueno, ella solía ir a la misma peluquería que yo… A la de Nuria.
- ¿y?
- Pues que Nuria suele tener el número de sus clientas, por si hay que cambiar las citas por lo que sea. Podría tener algún móvil.
No era mala idea, pero la peluquera solo tenía el teléfono fijo del domicilio. Mateos tuvo que indagar después desde la comisaría, hasta averiguar el domicilio familiar de soltera en Soria y obtener el número de teléfono de la madre de Mara. Y marcó.



"Recuerdos de Mara", capítulo 10 (Relato)

RECUERDOS DE MARA
capítulo 10


La llave no quería encajar en la cerradura. “Quién va a poder más ¿tú o yo?” pensó Carlos mientras luchaba con ese difícil trocito de metal. Otro intento más y… nada. Ante la imposibilidad de abrir la puerta, Carlos examinó el manojo de llaves levantando y bajando las cejas mientras trataba de enfocar sus pupilas en ellas. ¡Que tonto! Estaba tratando de abrir la puerta del piso con la llave del portal. Escogió la correcta y la cerradura se abrió fácilmente. Pero Carlos mantuvo la puerta entreabierta durante unos segundos sin atreverse a entrar y mirando hacia el interior, como si pretendiera descubrir algo por la oscura rendija que daba al otro lado. Necesitaba hacer acopio de valor para enfrentarse a sus locuras. Locuras que le hacían ver cosas raras. Locuras que le hacían descubrir escenarios irreales en que la presencia de la difunta Mara seguía esperándole. Locuras que… ahogadas en media docena de whiskies parecían ahora más lejanas e irreales. Seguramente todo habría sido una maldita ilusión fruto de una conciencia sucia a la que aún tendría que amaestrar. ¡Vamos allá!
Nada parecía alarmante cuando la luz inundó el recibidor. Claro que no era esa la parte de la vivienda que Carlos asustaba. Decidió acabar pronto con sus dudas, de modo que avanzó. Primero un paso, luego otro… nunca había tardado tanto en recorrer los apenas cinco metros que separaban la entrada de la puerta de la cocina. Cuando llegó a su altura, mientras mantenía la mirada hacia el frente, pulsó el interruptor de la luz de la cocina. El leve zumbido del neón al encenderse y la claridad que provenía de su derecha fue por el momento lo único que se atrevió a observar de la estancia. Cuando girara la cabeza y mirara hacia el interior saldría de dudas. Sabría si se estaba volviendo loco o… quien sabe. Notó como su enfermo corazón latía con más fuerza que nunca. Parecía aporrearle el pecho desde el interior como si quisiera salir. Había que hacerlo, sin más, pasara lo que pasara. Giró la cabeza y desvió su mirada al interior. Lo primero que vio fue el plástico de unas salchichas Frankfurt tirado en el suelo junto a un papel arrugado de chacinas. Eso le animó a seguir. Encontró una cocina sucia, como él la había dejado, como él la quería para que todo encajara de forma razonable. No se explicaba muy bien lo que había visto antes, pero ahora podría dejar de preocuparse. Seguramente una alucinación, una mala pasada de un subconsciente atormentado, ¡qué más da! Ya había pasado. Bastaba con borrarlo de su memoria y convencerse de que ahora todo estaba bien, y eso era lo que importaba. Incluso su corazón ya estaba dejando de taconearle el pecho. ¡Que mal rato! Estaba sudando como un cerdo. Tenía la boca seca. Y eso que llevaba unas horas en el bar humedeciéndola. Cogió la botella de whisky que había entre unas bolsas vacías y unos trozos de pan duro sobre la encimera y echó un chorro en un vaso que no parecía demasiado sucio. Era lo que necesitaba: un trago más. Y refrescarse la cara.
La luz del cuarto de baño no funcionaba. Seguramente la bombilla se habría fundido. Carlos pensó que sería un coñazo tener que cambiarla porque el plafón del techo era difícil de abrir. Pero bueno, no había prisa. Con la luz del pasillo, entró hasta el lavabo y comenzó a refrescarse la cara. Aprovechó para beber un poco de agua de sus propias manos y, mientras lo hacía, recordó el interruptor de la luz del espejo. Dirigió su mano hacia él, lo pulsó y, entonces, apareció. A través del espejo, a su espalda, estaba ella: Mara. Vestía el mismo camisón que llevaba puesto cuando la mató, ahora amarillento y raído por el agua infesta del pantano. Bajo el cabello húmedo y enmarañado, en un rostro pálido como nieve, destacaban dos grandes manchas negras desde las que surgía una mirada imposible que le taladraba el alma. Pequeños cristales parecían atravesar a Carlos cada pequeña vena del cuerpo. Notó como el espinazo se quedaba paralizado, congelado como un témpano que colgara de un alero en el más frío invierno y que amenazara con romperse en mil pedazos con el más leve movimiento. De nuevo notó el golpeteo, cada vez más fuerte, de su corazón, como pájaro que no deja de aletear hasta la extenuación, desesperado por romper la jaula que le separa de la libertad. Por fin, en una momentánea recuperación del control de su propio cuerpo, Carlos se giró. Confiaba en que aquello solo hubiera sido otra mala pasada de su imaginación. Pero allí estaba ella. Apenas un metro les separaba. Jamás se vio un gesto de terror como el que expresaba el rostro de Carlos. Nada podía ir peor hasta que ella comenzó a levantar el brazo hacia él. Era el dedo acusador de la muerte el que le señalaba hasta casi tocarle mientras de su boca entreabierta surgía un gemido inhumano. Carlos no pudo evitar retroceder y tropezar con el bidé, perdiendo el equilibrio y cayendo de espaldas sobre la bañera, arrastrando a su paso las cortinas de plástico que no pudieron soportar su peso. Un “crack” escapó de su espalda. El témpano de hielo se había roto contra el borde de la bañera. Mara seguía señalándole acusadora mientras él resbalaba torpemente hasta quedar sentado en el suelo, sin que sus piernas pudieran hacer nada por sostenerle. La imagen del espectro ante él se fue haciendo cada vez más borrosa. El pecho le iba a reventar con un golpeteo infernal. “¡Por Dios! ¡Que pare, que pare!”. Y paró.


"Recuerdos de Mara", capítulo 9 (Relato)

RECUERDOS DE MARA
capítulo 9

No podía parar de caminar. Llevaba horas haciéndolo. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza mientras sus ojos permanecían fijos en el desfilar de baldosas bajo sus pies. Debía haber sufrido algún tipo de alucinación: ver toda la cocina recogida cuando él la había dejado hecha un auténtico estercolero, inundada de platos sucios, sartenes usadas, envases de alimentos vacíos... Su mente le estaba jugando una mala pasada. Su conciencia estaba sucia y esa era la forma de hacérselo saber. O quizá el recogiera la cocina y ahora no lo recordara. ¿Sería eso posible? ¿Tendría pérdidas de memoria? No, imposible. No porque no pudiera de repente haberse vuelto amnésico, sino porque él jamás habría limpiado la cocina por su propia iniciativa. Desde que Mara no estaba, se había abandonado a la pereza y a la holgazanería en el hogar. Apenas sí recogía lo que le estorbaba en un momento dado para algo: los restos del desayuno para poder poner en la mesa el plato de la comida precocinada, las bolsas vacías y las sartenes usadas para poder apoyar las bolsas de la compra sobre la encimera... ¿Qué clase de locura podría haberle dominado como para recoger la cocina de forma tan pulcra y luego haberlo olvidado por completo? ¿Estaría adquiriendo doble personalidad?
Ya había oscurecido cuando llegó de nuevo ante su casa. Sin darse cuenta, había recorrido kilómetros de ciudad caminando. Había estado en plazas y parques que hacía años que no visitaba. Pero tenía que volver. Tenía que afrontar lo que quisiera que le estuviera sucediendo. Al otro lado de la calle se alzaba el edificio, esperándole, como invitándole a entrar y descubrir secretos que nadie desearía conocer. Miró las ventanas de su vivienda y un escalofrío le recorrió la espalda. Allí era donde tan solo unos días antes había terminado con la vida de Mara. ¿Quizá fuera ella quien aún permaneciera allí para atormentarle en venganza de tal acto miserable? ¿Quizá había vuelto del más allá para aterrorizarle y hacerle sufrir ahora lo que ella padeció hasta su muerte? Estaba empezando a desvariar. Tenía que volver a la casa. Entrar y acabar de una vez con aquella locura. Seguro que todo tenía una explicación natural. Era posible que cuando entrara de nuevo en su cocina la volviera a ver hecha un desastre y entonces quedaría claro que todo había sido una mala pasada de su imaginación. Cruzó la calle con lentitud. Sus ojos volvieron a escrutar las ventanas. Tras las persianas medio alzadas, las cortinas inmóviles. Y detrás, la oscuridad. Entonces escuchó junto a él el estruendoso chirriar de las ruedas de un coche y un claxon que le hicieron apartar la mirada. Justo en ese momento, cuando sus ojos ya habían abandonado las ventanas, pensó ver algo, como una extraña sombra pareció moverse tras una de ellas. De nuevo miró con atención. No había nada. Sin duda se estaba obsesionando. El claxon volvió a sonar con insistencia.
- ¡Eh! Ten cuidado, que estás en Babia.
Carlos se había quedado, sin darse cuenta, parado en mitad de la calle, ante el coche que había estado a punto de atropellarle. Levantó una mano al conductor en gesto de disculpa y siguió caminando hacia el edificio. Un terrible nudo atenazaba su estómago cuando se encontró ante la puerta de entrada al edificio. Miró hacia un lado y otro. Al final de la calle vio como abría uno de los bares de copas a los que solía ir cuando huía de la compañía de su mujer. Estaba claro que necesitaba una copa antes de subir a su casa. O dos.



"Recuerdos de Mara", capítulo 8 (Relato)

RECUERDOS DE MARA
Capítulo 8

Los días pasaban y todo trascurría con aparente normalidad. Una tarde, camino a casa, Carlos paró en el supermercado para comprar una pizza que le evitara tener que cocinar, así como algunas cervezas. Disfrutaba de su nueva vida de soltero. Sin Mara en casa, no era tan desagradable comer allí. Después de comer, recogería la ropa que había dejado por el suelo del dormitorio, y pondría una lavadora. Las instrucciones debían estar por ahí. No podía ser muy complicado. A fin de cuentas, Mara lo hacía cada día. Luego se tumbaría en el sofá, con los pies encima de la mesa, a ver la tele, a dormir la siesta, o a lo que le diera la gana. Ya no tenía que escuchar a su mujer diciéndole a cada momento lo que tenía que hacer. Carlos disfrutaba pensando que no le costaría mucho trabajo adaptarse a esta nueva situación mientras llegaba al piso y dejaba las bolsas en la cocina. Se acercó a poner la televisión y se quedó mirando la pantalla. Ya estaban dando las noticias. Un accidente de tren en un país lejano, un político corrupto protegido por jueces también corruptos, etc... Pero Carlos sintió un resorte en su interior que le dijo que algo extraño pasaba. Algo que no estaba en sus planes. No sabía que era, pero tenía la sensación de que algo no estaba pasando como tenía que pasar. De que algo estaba fuera de contexto. Miró a su alrededor. Todo parecía normal. El sonido del televisor fue apagándose poco a poco en su mente mientras esta trataba de encontrar aquello que le estaba inquietando de esa manera. Fue analizando todo cuanto estaba a su alrededor sin ver nada extraño. Pero sabía que lo había. Había algo que no cuadraba. Lentamente, comenzó a caminar por la casa. Regresó a la cocina. Todo estaba en orden. Entonces fue cuando se dio cuenta. Un pequeño grito se escapó de su garganta inconscientemente. Un frío indescriptible recorrió su espalda hacia arriba hasta congelarle la nuca. Su estómago se contrajo en un nudo que casi le dejaba sin respiración. Por un momento llegó incluso a tambalearse. Sus ojos, abiertos como platos, observaban la cocina perfectamente ordenada. Los vasos y platos amontonados en el fregadero durante días, los restos de comida sobre la encimera, los envases de galletas a medio gastar esparcidos sobre la mesa…, todo estaba recogido, limpio. Todo en su sitio. Aquello era imposible. Un terror atroz se apoderó de Carlos. El terror que se apodera de todo ser humano cuando se encuentra ante un hecho inexplicable. Cuando aquello que jamás podría suceder, sucede sin más explicación. O quizá tuviera algún tipo de explicación. Pero eso le causaba aún más miedo. Como un resorte liberado repentinamente, Carlos salió de la cocina como una exhalación, cogió las llaves del aparador de la entrada, ese mismo que días antes Mara golpeó con la cabeza al caer, y abandonó la casa como alma que lleva el diablo.


"Recuerdos de Mara", capítulo 7 (Relato)

RECUERDOS DE MARA
capítulo 7

Su primer día de trabajo no había ido del todo mal. Sus compañeros se interesaron por su recuperación, más por cortesía que por preocupación sincera. La misma cortesía que produjo preguntas acerca de su esposa y dio oportunamente pié a Carlos para explicar su historia. Ni habiéndolo planificado habría salido mejor. Solo Nelson, su jefe, le hizo pasar un rato incómodo al citarle en su despacho y sermonearle sobre lo desordenado de su vida y la necesidad de evitar que eso volviera a perjudicar su salud. Nelson no tenía una especial simpatía por Carlos, pero como director de su oficina se sentía en la obligación moral de adoptar esa actitud paternalista que tanto irritaba a Carlos. Este escuchó, asintió mecánicamente, y dio la razón a su superior para terminar cuanto antes aquél pesado encuentro.
Con sus vecinos sucedió algo similar. Durante los dos días posteriores al trágico suceso, desapareció de su casa. Salió de noche para que nadie pudiera ver que viajaba solo y condujo hasta un pueblecito costero de Cádiz. Allí se hospedó en una pensión de mala muerte en que no le pedirían documentación. La misma pensión que había visitado varias veces en los últimos años con distintas acompañantes y que se caracterizaba por la discreción que se garantizaba a sus clientes. Luego volvió a Málaga y realizó vida normal. Su vecina Paquita fue la primera que, un día, le preguntó por Mara.
-                    Hola, Carlos. ¿Qué tal estás? Me enteré de lo tuyo por tu mujer...
-                    Pues muy bien, Paquita. Ya estoy perfectamente. Gracias. Ya me he incorporado de nuevo al trabajo.
-                    Ay, que bien. ¡Que preocupada estaba!
Carlos sabía perfectamente que a Paquita no le interesaba su salud más allá del mero cotilleo vecinal. Pero continuó sonriente la conversación, a la espera del inevitable momento en que Paquita le preguntara por su esposa. Momento que no se hizo esperar.
- Y tu mujer, ¿está ya más tranquila? El otro día la vi muy preocupada.
- Si. Bueno, el caso es que no solo era por lo mío. Apenas fue otro amago de infarto y me recuperé muy bien. Es que su madre está muy delicada últimamente y Mara estaba preocupada también por eso.
- Ah, ¿sí? Pobrecita... debe ser muy mayor ¿verdad?
“¿y a usted que coño le importa?” le dieron ganas de decir a Carlos. Pero en lugar de eso, continuó con su pequeño teatro:
-                    Uy, sí. ¡Muy mayor! Y ahora le ha dado una trombosis y Mara se ha tenido que ir a su tierra a cuidarla.
-                    Entonces ¿te has quedado aquí solo?
-                    Sí, que remedio. Con el trabajo no puedo irme. Y, además, allí no haría más que molestar.
-                    Bueno, pues si necesitas algo, ya sabes donde estoy. ¡Lo que haga falta! – exclamó Paquita con la seguridad de que Carlos le tomaría la palabra.
-                    No se preocupe, yo me apaño bien. Gracias, Paquita, y buenas tardes.
Un auténtico triunfo. Paquita era una chismosa profesional y a estas alturas ya sería vox pópuli que Mara estaba en Soria. Es más, Carlos estaba seguro de que ni Paquita ni nadie más del vecindario sabía siquiera de donde era Mara, por lo que únicamente la ubicarían en el norte y lo verían tan normal. En unos meses, aprovecharía alguna situación similar para propagar su supuesta separación. Todo estaba saliendo bien.


"Recuerdos de Mara", capítulo 6 (Relato)

RECUERDOS DE MARA
capítulo 6

Serían algo más de las nueve de la mañana, cuando un sobresalto le hizo incorporarse violentamente. Carlos miró en torno a él, como si buscara algo por toda la habitación, hasta que sus ojos se posaron, junto a su propia mano, en el hueco vacío que se extendía junto a él en la cama. No había sido un mal sueño. ¡Que más hubiera querido! Mara no estaba, y todo lo que recordaba sobre la noche anterior era verdad. No se trataba de una pesadilla, o de una alucinación sufrida fruto del alcohol, por mucho que su cabeza pareciera querer estallar, como tantas otras mañanas de resaca. Realmente había matado a su mujer, y luego, vilmente se había deshecho de su cuerpo arrojándolo a un pantano. Cada segundo que recordaba aquella tragedia se sentía más sucio, más indigno, más ruin de lo que en el peor de los casos hubiera jamás pensado que podría llegar a ser. Quisiera volver atrás, a la noche anterior, para no repetir lo que hizo. Pensaba en Mara. ¿Que sería de ella? El no era creyente, pero ahora nacían las dudas que a los ateos les surgen cuando pierden a un ser querido. ¿Estaría simplemente muerta, hundida en ese pantano, con varios metros de agua sobre ella? ¿Sería ya, por tanto, solo un cadáver, un trozo de carne muerta con un corazón que ya no late, unos ojos que ya no pueden ver, oídos inundados que jamás volverán a oír, un cerebro que ya no volverá a pensar, ni a sentir, ni a amar ni a odiar? ¿O quizá hay algo tras esta vida? Podría ser que su cuerpo hubiera muerto pero no así su alma. Millones de personas habían creído eso durante miles de años. Él podría estar equivocado al no dar crédito a esa posibilidad. Ahora deseaba con toda su alma que Mara estuviera en alguna parte, en un cielo (sobradamente ganado tras tantos años de tormentos que el mismo le proporcionaba) o donde fuera. Así podría sentirse menos asesino. Había dedicado media vida a destruir poco a poco la felicidad que Mara habría podido tener y luego, en un solo segundo, le negó la posibilidad de cambiar su suerte en el futuro. Si ella, su alma, su espíritu, estaba en algún lugar, quizá él tendría el consuelo de que allí alcanzara la felicidad que, sin duda, merecía encontrar. Quizá, incluso, podría ver desde allí el arrepentimiento de Carlos en lo más profundo de su corazón y perdonarle. “Mara, perdóname” pensó. Y unas lágrimas inundaron sus ojos como hacía años que no lo hacían.
            Tuvo que secarse con las manos para poder ver la luz del día que se filtraba por los agujeros de la persiana y que, por su claridad, le hizo pensar que era bastante tarde. Miró el reloj de su mesa de noche: marcaba las nueve y veintidós minutos. ¿Que día era? ¿Tenía que trabajar? Ya iba a tener que inventarse alguna excusa para su retraso, aunque todos pensaran, su jefe el primero, que se debía de nuevo a una de sus habituales resacas.
            ¡Ah, no! Ahora recordó que aún estaba de baja por su infarto. Podía recostarse de nuevo y mantenerse en la cama todo el rato que quisiera. Así lo hizo. Posó su vista en el techo y sus pensamientos, nuevamente, en sus últimos actos, pero desde otro ángulo distinto, de modo que siguió ese natural instinto de supervivencia que le permitía acabar siempre pensando en sí mismo, y empezó a plantearse como organizaría su vida a partir de ese momento.
            Se había deshecho del cuerpo, de modo que nadie pudiera encontrar un cadáver por cuyo crimen culparle. Había limpiado cuidadosamente los restos de sangre y se había deshecho de los trozos del jarrón. Todo lo que le iba a relacionar con el crimen había ido a parar al fondo del pantano, junto a su víctima, por lo que no quedaban pruebas que demostraran lo que allí pasó. Sin embargo, cualquier persona que le conociera observaría inmediatamente la ausencia de su mujer. Debía tener una explicación convincente para eso, pues de lo contrario estaría perdido ante la primera persona que le preguntara al respecto. Todos sabían de sus continuas riñas como para que ahora desapareciera misteriosamente sin ninguna razón. Los vecinos no necesitarían pruebas para murmurar que algo extraño pasaba y, sin duda, habría una mente calenturienta que inventara una historia como la que realmente había pasado.
            Pero ¡Qué tonto! Precisamente ahí estaba la solución. Ya le temblaban las manos de terror y tenía la excusa tan cerca... Fue Mara quien decidió que no soportaba más la situación y quien decidió abandonarle para volver a Soria con su madre. ¡Sí! Nadie en Málaga conocía a la madre de Mara. Los encuentros que esta tenía con su madre casi siempre se habían producido en Soria, sobre todo en los últimos años, en que su avanzada edad le disuadía de aventurarse en viajes. Y, en las anecdóticas veces que viajó hasta Málaga años atrás, no había hecho ninguna amistad allí. Nadie contrastaría esa versión. En principio diría que se había ido a cuidar de ella debido a lo delicado de su salud y, cuando pasara el tiempo y nadie la viera volver, recurriría al argumento de la separación definitiva. Era un plan excelente. No podía salir mal. Solo tenía que ser un buen actor, y lo sería.


"Recuerdos de Mara", capítulo 5 (Relato)

RECUERDOS DE MARA

Capítulo 5

Eran más de las dos y media de la madrugada. Carlos cogió una manta del altillo de un armario y la llevó al pasillo. La extendió cerca del cuerpo de su mujer y luego la hizo rodar hasta su interior. Recogió uno a uno los trozos del jarrón roto y los puso junto al cuerpo, sobre la manta. Luego, la enrolló cuidadosamente, atándola después por los extremos para evitar que los trozos de jarrón se salieran. Fregó el suelo hasta hacer desaparecer el último rastro de sangre. Cuando hubo terminado, manteniendo en todo momento un extremado cuidado en no ser visto, bajó su carga hasta el coche que tenía aparcado en el garaje del edificio. y lo introdujo en el maletero. Al hacerlo, observó que la sangre había comenzado a traspasar la manta y una leve mancha se iba dibujando en un lado de esta. Se apresuró a extender por debajo unas bolsas de plástico que llevaba en el maletero con el fin de evitar que una marca acusadora quedara dibujada sobre el piso del mismo.
            En pocos minutos había salido de la ciudad. Tras una docena de kilómetros, abandonó la autovía para coger una solitaria carretera comarcal. Poco después llegó a un pantano cuyas aguas abastecían a la mayor parte de la ciudad. Un tramo de la carretera que pasaba junto a una central eléctrica se hallaba bien iluminado. Pero el resto permanecía a oscuras. Pasó por delante de la central con su coche y continuó cruzando la carretera de la presa hasta llegar al otro extremo, el más alejado de las luces delatoras. No había tráfico. Nadie a la vista. Aquello estaba alejado de cualquier lugar habitado. Seguramente no habría ni tan siguiera vigilancia. Y si la había, desde luego, no estaba allí. Paró el coche a un lado de la calzada, en la penumbra, y se bajó apresurado hacia el borde de la presa. Miró hacia abajo y pudo ver el reflejo de la luna en la ondulante y oscura superficie del agua. Tenía el aspecto de ser profunda en aquel lugar por lo que Carlos pensó que era el sitio idóneo. Volvió a mirar a su alrededor. Por un lado, la solitaria central eléctrica. Por el otro, la carretera que, tras recorrer el borde de la presa se adentraba sinuosa entre las oscuras montañas. Abrió el maletero y cogió el pesado bulto para trasladarlo trabajosamente hasta el borde de la presa. En él lo apoyó justo antes de darle un último empujón para lanzarlo a las tenebrosas profundidades del pantano.
            - Lo siento Mara, pero ya no puedo hacer nada por ti. Ahora he de pensar en mí. - murmuró tratando quizá de calmar su atormentada conciencia.
            El pesado bulto se hundió en las profundas y heladas aguas, abrazado por el negro abismo del fondo, mientras Carlos arrancaba su coche y se alejaba sin mirar atrás.


"Recuerdos de Mara", capítulo 4 (Relato)

RECUERDOS DE MARA
Capítulo 4

La cerradura de la puerta dio la bienvenida a una llave que, desde hacía tiempo, casi siempre entraba a altas horas de la madrugada. Carlos trataba de no hacer mucho ruido para no despertar a Mara, pero el alcohol le hacía ser torpe. Por eso no pudo evitar tirar el manojo de llaves al suelo al sacarlas y cerrar luego la puerta dando un sonoro portazo. Con razón, al darse la vuelta, vio a Mara de pié, en el pasillo, junto al mueble recibidor en que se hallaba aquel odioso jarrón de porcelana, siempre adornado con flores de tela, mirándole fijamente.
            - ¿Que haces levantada? - le preguntó simulando extrañeza.
            - Has bebido ¿No?
            - ¿Y a ti que te importa?
            - ¿Cómo que a mí que me importa? ¿Te quieres morir?
            - No sería mala idea. Así no tendría que aguantarte cada día.
            - ¡Aguantarme a mí! ¿Y has pensado lo que significa aguantarte a ti, estúpido borracho?
            - ¡Mara, no me levantes la voz!
            - ¡Te levanto lo que me da la gana! - replicó ella con la voz quebrada entre lágrimas - Esto se ha acabado. Si quieres acabar como un desperdicio humano, allá tú. Pero no cuentes conmigo para nada más.
            - ¿Que quieres decir?
            - Que me voy a divorciar.
A Carlos se le encendieron los ojos de furia
            - ¡Y una mierda!
            ... y, sin tan siguiera pensarlo, le lanzó una sonora bofetada que lanzó a Mara hacia atrás. En su caída golpeó con la cabeza el mueble situado junto a ella, y acabó tumbada en el suelo, junto a él. Por un momento, pareció no reaccionar, sin embargo, pronto se movió lentamente volviendo su rostro hacia carlos. Sus ojos permanecían cerrados, apretados, conteniendo un dolor incontenible. Por su cuello se deslizaba un hilo de sangre que manaba de entre sus cabellos. Carlos quedó paralizado tratando de comprender lo que había hecho, pero, al mismo tiempo, observando estupefacto como el movimiento del mueble había provocado que el jarrón que había encima se balanceara sobre sí mismo como una peonza en sus últimos giros, sin dejar claro si iba a volver a su posición inicial o si iba a caer al fin. Mara, que comenzaba a incorporarse, se llevó la mano a la nuca con gesto de dolor antes de abrir los ojos y mirar hacia arriba. Lo último que vio fue como el pesado jarrón se precipitaba sobre su cabeza sin darle tan siquiera tiempo de reaccionar para protegerse.
Carlos permanecía sentado en la silla del recibidor, con la cabeza hundida entre sus manos. Manos con las que parecía querer apretarse los oídos para dejar de oír el fatídico crunch que hizo el jarrón al romperse sobre la cabeza indefensa de Mara. O quizá ese crunch salió de su cráneo, seguramente fracturado. Y en efecto, trataba de evitarlo, pero no podía. Retumbaba en su cabeza, una y otra vez, una y otra vez: crunch, crunch...
            Mara yacía a su lado con la cabeza enmarcada en un charco de sangre que aún manaba de entre su pelo y que escurría incluso por parte de su cara. Mara estaba muerta. Había sido un accidente, claro, pero eso no lo arreglaba. El culpable había sido él. Su alcoholismo, la tensión a que sometía a su mujer, la degradación de lo que fue un prometedor matrimonio y acabó transformándose en un infierno. Y sobre todo, su bofetada. Él había hecho auténticas perrerías a Mara. La engañaba con rameras, bebía sin importarle el dolor que ella soportaba, la humillaba cuando le venía en gana, pero nunca le había pegado. Y cuando lo hizo, sin saber por que, como si la mano que la abofeteó fuera de otra persona y él fuera un simple testigo impotente, acabó matándola. Al final lo había conseguido. Después de tanto intentarlo, lo había conseguido. Había destrozado su vida. Ella muerta, y él... a la cárcel. Estaba claro. Un marido borracho que mata a su mujer de una paliza. Noticias como esa se escuchaban todos los días. ¿Quién le iba a decir que él acabaría protagonizando una? Y seguro que en la cárcel nadie le trataría bien. Nadie le volvería a mirar a la cara durante el resto de su vida. El mismo se había metido en el infierno y ahora ya no había marcha atrás.
            ¿O quizá sí? Carlos tenía que sobreponerse a su desesperación. Tenía que pensar algo. Miró a Mara unos instantes y se levantó para ir a vomitar al cuarto de baño. Cuando se repuso, se enjuagó la boca en el lavabo. Luego levantó la vista hacia la imagen del espejo. “Eres un desgraciado” pensó “La has jodido. Pero que bien jodido. Pero tienes que tener calma y pensar en como salir de esta”.


"Recuerdos de Mara", capítulo 3 (Relato)

RECUERDOS DE MARA
capítulo 3

Habían pasado diez días. Carlos ya había obtenido el alta y guardaba unos días de convalecencia en su casa antes de volver a incorporarse a su trabajo. Se había recuperado rápido del infarto para lo fuerte que le había castigado. Los médicos le advirtieron que debía cambiar de hábitos: - El corazón es como el motor de un coche. Puede llevarse un calentón o dos, pero no muchos más antes de romperse del todo -le sentenció el doctor que le trataba. Él asentía cuando escuchaba esos comentarios pero, cuando volvió a su casa, se encontró de nuevo con los motivos que le llevaban a buscar esa evasión.
- ¿Adonde vas, Carlos? ¿Quieres que te traiga algo? - Le preguntó Mara tan pronto le vio levantarse de su sillón interrumpiendo su labor de costura.
- No. Solo voy a salir al balcón.
- No deberías. Hace frío fuera.
Carlos no contestó a la objeción de su mujer. Se dirigió a la puerta del balcón, puso la mano en el pomo y, apartando la cortina, observó por unos momentos el exterior antes de decidirse a salir. Efectivamente, estaba lloviendo, y el movimiento de toldos en los balcones de los edificios cercanos delataba el ataque de una agitada ventisca.
- ¿Ves? Te digo que hace frío. Anda. Siéntate y descansa.
- Estoy harto de estar sentado. - Le contestó Carlos con voz pausada sin dejar de mirar a través de la puerta acristalada. A los pocos segundos dejó caer la cortina, se giró hacia el mueble que presidía una de las paredes del salón y se dirigió hacia él. Se detuvo un momento ante el mueble bar, pero no levantó su mirada del suelo. Mara lo observaba en silencio. A los pocos segundos siguió hacia la cocina, donde se escuchó como cogió un vaso y lo llenó de una botella. Mara se irguió alarmada.
- ¡Carlos! ¿Que estás tomando?
Carlos no contestó a la inquisidora pregunta de su mujer.
- ¡Carlos!
A los pocos segundos, él apareció por la jamba de la puerta con un vaso de agua.
- ¿Que pasa? ¿Es que no puedo echarme un vaso de agua? ¿Que te crees que es, un whisky?
Ahora fue ella la que no supo que contestar.
- Valiente mierda... - Concluyó Carlos con dos palabras.
Mara se dispuso a pedirle disculpas pero, aunque fue a vocalizar un “lo siento”, las palabras no llegaron a salir de su boca. Carlos bebió de un solo trago el contenido del vaso y, tomando su gabardina, abrió la puerta de la calle.
- ¿A donde vas? - preguntó Mara desde su sillón.
- A dar una vuelta. Se me cae la casa encima. - contestó él desde la puerta.
- ¿No quieres que vaya contigo?
Pero un sonoro portazo fue la única respuesta que obtuvo.
Eran ya más de la una de la madrugada cuando Carlos apuraba su copa.
- Ponme otro whisky, Miguel - reclamó al camarero.
Este se le acercó, se apoyó en la barra y le dijo casi al oído:
- ¿No crees que deberías dejarlo ya por hoy?
- Miguel, ¿te digo yo lo que debes y lo que no debes hacer? - le contestó Carlos acercándose a su vez a Miguel imitando su postura y casi tocándole la nariz con la suya. - Ponme esa copa y no me toques más los huevos.
- Lo siento, Carlos. Cualquier día te vas a quedar en el sitio, y, cuando pase, no quiero tener yo nada que ver.
Las miradas de ambos se enlazaron durante unos instantes. Carlos querría seguir insistiendo, pero sabía que, en el fondo, Miguel llevaba razón. ¿No le interesaba a él vender otra copa?, Pero no quería cargar con otro infarto de Carlos sobre su conciencia. Bastante había colaborado ya con su estado de salud a lo largo de tantos años de servirle alcohol en su bar. Por eso Carlos se limitó a lanzarle un conciso...
- Vete a la mierda. - a la vez que dos billetes sobre el mostrador. Se dio la vuelta y se alejó tambaleándose hacia la puerta.
- ¡Cuídate! - Le gritó Miguel mirando con tristeza como abandonaba el bar, borracho, una vez más.

"Recuerdos de Mara" capítulo 2 (Relato)

RECUERDOS DE MARA
capítulo 2

Carlos llevaba una vida monótona. Trabajaba en una oficina del Ministerio de Obras Públicas como Jefe de Sección. Tiempo atrás se había enamorado de una chica, diez años más joven que él. Mara había sido enormemente atractiva. Incluso ahora conservaba aún gran parte de esa cualidad. La conoció en Soria, ciudad donde ella vivía con su madre, cuando se trasladó allí para ocupar su plaza recién superadas las oposiciones. Él tenía treinta y cuatro años, ella veinticuatro. A los seis años, cambiaron su destino a Málaga, la ciudad natal de Carlos. Nada les obligaba a ello, pues Carlos tenía poca familia y no se hallaba muy unido a ella. Sin embargo, adoraba la Costa del Sol. El clima, el mar, el ambiente bullicioso... No soportaba imaginarse a sí mismo envejeciendo en Soria. Todo era monótono, fuera y dentro de las paredes de su casa. Carlos no estaba dispuesto a vivir para siempre en una pequeña ciudad provinciana, una ciudad que poco a poco se convertía en una pequeña cárcel cuyos muros se le caían encima aplastándole, de modo que impuso a la complaciente Mara su férreo deseo de trasladarse tan pronto consiguiera la puntuación necesaria para ello.
            Carlos estaba convencido de que sus vidas necesitaban un cambio y de que ese cambio podía ser su traslado a Málaga. En cambio, cuando pasaron los años en esa ciudad observó con tristeza que esa medicina no era la acertada. El mal a curar era otro bien distinto: su matrimonio. Su vida con Mara fue haciéndose cada vez más y más extraña. Lo que era pasión se transformó en indiferencia. La complicidad en distancia. Y llegados a un punto, el amor en odio. No en un odio manifiesto, sino en ese odio que, inconscientemente se crea en lo más profundo del alma humana cuando esta se siente perpetuamente condenada a algo. Tras veinte años de matrimonio, Carlos empezó a encontrar su válvula de escape en las salidas nocturnas que organizaba y a las que Mara nunca estaba invitada. Ella, gracias a su actitud de sumisión aprendida del ejemplo materno, pudo ir acostumbrándose con resignación. Carlos la soportaba estoicamente como una obligación asumida con el tiempo y cuyo sentido nunca había llegado a replantearse. Le apetecía ir a casa e iba. No le apetecía y no iba. Carlos se limitaba a obedecer a sus caprichos sin dar más explicaciones, sin tan siquiera pensar si la vida que llevaba era una vida normal. No era una persona reflexiva, capaz de hacer un análisis de su situación y tomar una resolución al respecto. No era capaz de reconocer que no estaba enamorado de su mujer, que incluso le repugnaba la idea de tener que compartir su vida con ella y que con ello estaba destruyendo las vidas de ambos. Ella también era víctima de una particular visión de las cosas. Una visión que en otro tiempo era bastante común, pero que en los albores del siglo veintiuno podría parecer bastante anacrónica. Mara había sido educada en una mentalidad tradicional que minimizaba la importancia de todos esos signos que día a día le decían que su vida era un desastre y que consideraba que una de sus obligaciones naturales como esposa era soportarlos, igual que los había visto soportar a su madre durante tantos años. Seguramente, igual que en ese caso, esta situación se habría de perpetuar llegando hasta la vejez.. Mara se habituó a acostarse cada noche en una cama fría, y Carlos se habituó a volver cada noche en silencio para evitar despertarla. No por evitarle la molestia, sino para evitarse a sí mismo tener que escuchar los continuos reproches y tener que repetir las mismas absurdas explicaciones. De todas formas, últimamente no discutían a las cuatro de la mañana. Mara siempre se despertaba cuando llegaba. Era difícil no hacerlo, pues rara vez no se escuchaba un portazo, alguna silla moverse o algún bote del cuarto de baño caer al suelo. Pero ella evitaba moverse. Se hacía la dormida, dando siempre la espalda al hueco de Carlos en la cama y dejando deslizarse por su cara lágrimas que él nunca veía. Mara no quería ya enfrentarse con él, pues últimamente su carácter se había vuelto muy irascible. El alcohol se fue apoderando no solo de sus noches, sino de su propia personalidad, y celoso de tener que compartir su dominio sobre Carlos con esa mujer, comenzó a provocar en él fuertes reacciones que en más de una ocasión derivaron en violencia. Y no solo empezó a destruir más aún su matrimonio de lo que ya estaba, sino que fue minando poco a poco su propia salud. El alcohol se hizo tan cotidiano para él como el almuerzo o la cena. Más aún, pues muchas eran las noches que no cenaba, pero pocas las que se privaba de su cita con Baco. Carlos no se planteó eso hasta su primer infarto. Sin embargo, puesto a decidir entre conservar su asquerosa vida o arriesgarla escapando de ella a través de un vaso de whisky, siempre acababa eligiendo la segunda opción. Sin embargo, este era ya su segundo infarto. Quizá debería empezar a tomárselo un poco más en serio.


"Recuerdos de Mara", capítulo 1 (Relato)

RECUERDOS DE MARA
Capitulo 1

“¿Cómo ha sido todo? Apenas recuerdo unos pocos detalles. ¡Ah, sí! Tiré una moto al suelo cuando traté de aparcar el coche junto a ella. Claro, estaba tan oscuro y había tan poco espacio... o bueno, quizá no era tan estrecho el sitio, pero no controlé bien la distancia. La verdad es que tenía una trompa de campeonato. No debí coger el coche. Si Mara me viera, seguro que me echaría la bronca del siglo. Siempre me suelta el mismo sermón cuando aparezco bebido. El caso es que aquella moto pesaba demasiado. No podía levantarla y esos desgraciados del camión de la basura no fueron capaces de echarme una mano. Recuerdo como me miraban sin hacer nada por ayudarme. Que poca cortesía queda ya en el mundo. Claro, que a las cuatro de la mañana no es de esperar que exista a raudales. No logré poner la moto otra vez en pie antes de sentir aquel dolor infernal. Parecía que una mano invisible me propinaba un feroz pellizco en el pecho. Tenía todo el brazo izquierdo dormido. Si no hubiera estado tan borracho... seguramente habría notado el dolor antes. Y me habría tomado la pastilla. Y si hubiera sido un hombre cabal, habría evitado tomar alcohol después de los anteriores infartos. Solo un irresponsable seguiría haciéndolo. Y quizá yo lo sea... Bueno, que le vamos a hacer. Yo soy así y no puedo cambiar. Menos mal que estaban cerca los de la basura. Al final no tuvieron mas remedio que venir a socorrerme. La verdad es que si no llega a ser por ellos... pensándolo bien, sí se portaron bien. ¡Que gordo estaba el primero que se me acercó! No recuerdo su cara... no recuerdo nada a partir de ese momento...”

Esos fueron los primeros pensamientos que acudieron a la mente de Carlos antes de levantar, no sin gran esfuerzo, sus pesados párpados. Vio de forma borrosa el techo de una pequeña sala iluminada levemente desde un lateral. Un “bip” intermitente se escuchaba cerca de el. Carlos trató de buscar con los ojos el origen del sonido, mientras un murmullo de personas hablando entre sí iba se iba escuchando cada vez más cerca. El techo, que ya empezaba a ver más claramente, se llenó de repente de sombras humanas.
            - ¡Ya despierta! Carlos, ¿Cómo te encuentras?
Era la voz de Mara. Carlos sintió el tacto de su piel cogiendo su mano e, instintivamente, como si hubiese sufrido una pequeña descarga eléctrica, hizo el ademán de retirarla. Sin embargo, al mover levemente el brazo notó algo clavado en él y, rápidamente, reconoció lo que otras veces había sentido: era una vía intravenosa. Miró a Mara unos segundos, y volvió a cerrar los ojos para sumirse de nuevo en el refugio de un profundo sueño. Un sueño que le permitiera escapar de una realidad que no le gustaba.